El Medio Maratón de Córdoba no es solo una carrera; es la epopeya de la ciudad abrazando a sus héroes. Minutos antes del disparo, el drama se desató: una lluvia torrencial azotó el asfalto milenario, poniendo a prueba la voluntad incluso antes de empezar. Pero justo cuando la bocina estaba a punto de sonar, como si el destino interviniera, la cortina de agua se levantó, cediendo ante un cielo que develó el camino. La historia se escribió con cada zancada sobre la pista aún mojada, uniendo la grandiosidad de la Mezquita-Catedral con la vibrante energía de miles de almas. El aire, denso con la promesa de la gloria, fue testigo del rugido de los participantes mientras conquistaban los 21.097 metros. No fue solo una prueba de resistencia física, sino de espíritu inquebrantable, donde cada corredor, en medio de la pasión de las gentes de Córdoba, luchó por su propia leyenda personal. Y tras la hazaña, llegó la merecida recompensa de los campeones: el ritual sagrado del salmorejo y el flamenquín, combustible de dioses para celebrar las nuevas marcas personales grabadas a fuego en el corazón de la Ciudad Califal.




